Cátedra Libre Monseñor Romero – UCV
Centro para la Paz y los DDHH – UCV
Monseñor Oscar
Arnulfo Romero cumplirá el próximo 24 de marzo XXXIII años de su martirio,
víctima de la terrible violencia que azotaba a El Salvador en la década de los
70 y 80, que cobró el terrible saldo de más de 80 mil vidas. Un francotirador
pagado por la extrema derecha le disparó al corazón justo en el momento en que
ofrecía el pan y el vino a Dios. Fue su última ofrenda. En ese gesto que
simboliza la Última Cena de Jesús, ofrecía su propia vida por la salvación del
pueblo salvadoreño que la Iglesia le había encomendado acompañar. Y lo acompañó
hasta el extremo de dar la vida por ellos. Así siguió fielmente a Jesús: “nadie tiene un amor más grande que el que
da la vida por sus amigos” (Jn) Su gesto y entrega en fidelidad a Jesús de
Nazaret y al pueblo Salvadoreño, sigue iluminando nuestro quehacer como
cristianos en medio de tiempos complejos y difíciles para la vida del país.
Desde Cátedra
Libre Monseñor Romero, que acaba de cumplir 18 años de existencia (1995) en
febrero recién pasado, queremos presentarles algunos elementos que nos parecen
significativos de la figura de Mons. Romero. Dejemos que sea él mismo, a través
de sus escritos principalmente de sus homilías, que nos revele cómo se
concebía: “Hermanos, yo no quiero ser más
que una voz que en nombre de Dios, que nos quiere a todos como hermanos, pide
ese sentido de equidad, de justicia, nada más, de ley bien cumplida” (1º de
enero de 1978)
Ø Y aquí tenemos
un primer rasgo suyo: era un hombre de
Dios. Sin esta dimensión se corre el peligro de manipular su figura. El P.
Ignacio Ellacuría, s.j., quien fuera rector de la Universidad Centroamericana
José Simeón Cañas (UCA) y posteriormente asesinado junto a otros 5 compañeros y
dos empleadas suyas, llegará a decir: “con
mons. Romero Dios pasó por El Salvador”. Esta expresión refleja cuán unido
a Dios estaba mons. Romero. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos que sus
decisiones llevaban además del riguroso análisis de la realidad, muchas horas
de oración, mucho tiempo delante de Dios, pidiendo su luz para acertar en la
toma de decisiones.
Ø José Jorge
Simán, quien fuera amigo personal de mons. Romero, nos aporta otra
característica de mons. Romero: un hombre
de una gran libertad y santidad: “ese
ponerse en manos de Dios, hacer suyo el proyecto de Dios; él sabía que era lo
que Dios le estaba pidiendo y quería ser fiel a ello. Hay una frase de san
Ignacio de Loyola que tiene que ver con todo esto que estoy diciendo: Haz todo
como si Dios no existiese y, después, déjalo todo en manos de Dios”[1]. Así fue el actuar
de mons. Romero, con una absoluta confianza en Dios. También podemos ver esa
libertad de espíritu y fidelidad a la Iglesia a que que amaba entrañablemente.
Ante quienes pretendían acusarlo de estar vinculado con algún grupo político
les dirá: “La Iglesia no tiene sistemas.
La Iglesia no tiene métodos. La Iglesia sólo tiene inspiración cristiana, una
obligación de caridad que le urge a acompañar a quienes sufren las injusticias
y ayudar también a las reivindicaciones justas del pueblo. Allí sí la Iglesia
está, pero sin identificarse con los sistemas y los métodos. Esto, repito, que
quede bien claro, porque yo no soy director de ninguna organización política.
Yo no soy ni mis sacerdotes deben ser líderes de estos grupos. Si hay
coincidencias objetivas, son perspectivas de Evangelio las que la iluminan”[2]. Monseñor Romero
no se dejaba manipular por ninguno de los sectores que conformaban la vida
nacional y eclesial, a pesar de las presiones que recibía de unos y de otros.
Monseñor era un hombre que sentía con la Iglesia, sentía el sufrimiento de la
gente como suyo.
Ø Otra
característica de su personalidad era la humildad.
Para él los pobres eran sus preferidos, por quienes se desvelaba, a quienes
dedicaba tiempo para atenderlos y acompañarlos en medio de sus sufrimientos,
dolores y esperanzas. Era realmente pastor del pueblo sencillo y humilde de San
Salvador. Por eso se ha llegado a decir que era “la voz de los que no tienen
voz”:
“Queremos unirnos al dolor de su
familia y queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto
atropello contra los derechos humanos; que se haga justicia; que no se queden
tantos crímenes manchando a la patria, al ejército; que se reconozca quiénes
son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que queden
desamparadas”[3].
Las homilías
en la Catedral, que llegaban a todo el país por la radio del arzobispado, radio
Ysax, daban cuenta de por qué se le llegó a llamar así. Allí recogía lo que iba
viendo en sus visitas pastorales. Se convirtió en un espacio de denuncia
profética de tantos atropellos que se cometían contra las familias campesinas
pobres de su arquidiócesis. El se encarnó en la realidad de los pobres, quienes
lo consideraron su amigo y pastor. Una anécdota que nos relata José Jorge Simán
de esta humildad de Monseñor Romero, se refiere al lugar que escogió para
vivir. “Como trabajaba en el seminario,
cuando lo nombraron arzobispo se quedó allí y, como no tenía cama, dormía en
una hamaca. La Asociación de Señoras Guadalupanas le había ofrecido una casa,
pero él no la aceptó. Decidió, entonces, vivir en un cuarto junto al hospital
de los enfermos terminales; en ese cuartito sencillo, donde era atendido por
las mismas monjitas que cuidaban a los enfermos, su único “lujo” era una hamaca
donde descansaba cuando se ponía a escuchar las noticias del día en un pequeño
radio. Y no quería seguridad que lo anduviera cuidando: ‘si la gente no tiene
seguridad, yo no la quiero tampoco’, decía”[4].
Ø Invitaba constantemente a la conversión, según
el Evangelio de Jesucristo, nunca al
odio, la venganza, la violencia, la
lucha de clases: “Hermanos, estaría loco
o estuviera traicionando mi misión si yo les estuviera diciendo que esta fe hay
que comprometerla con tal o cual agrupación. Estaría loco si yo estuviera
sembrando desde aquí la revancha, la venganza, el odio. Nunca lo he hecho. En
público he hablado – decía Cristo- y cualquiera puede decir que jamás ha
escuchado de mis palabras un llamamiento a la venganza, al odio, a la lucha de
clases. ¡Jamás!”[5]
Ø “Si la
Iglesia repudia la violencia, si la Iglesia jamás aprobará un crimen como los
que se han cometido esta semana, no lo hace con odio al que disparó una
pistola, al que mató, al que secuestró, sino con amor le dice: ‹‹Conviértete››.
Quién me dijera, hermanos, que esta palabra de Evangelio con la ternura de los
labios de la Virgen que ama a los pecadores, llegará hasta esos lugares donde
están escondidos tantos criminales, donde se está fraguando tanta calumnia, a
esos rincones de sombra y de infierno, para decirles a esos pobres pecadores:
‹‹Conviértanse, no siembren más odios, no maten más gente, no calumnien más;
conviértanse que esos caminos perversos llevan al infierno y la Virgen los
quiere en su cielo››…”[6].
También le exigía a los militares a un cambio radical frente a las violaciones
de los derechos humanos, insistía en el amor: “Conviértanse. No pueden encontrar a Dios por esos caminos de torturas
y de atropellos. Uds. tienen las manos manchadas de crimen, de tortura, de
atropello, de injusticia, ¡conviértanse! Los quiero mucho. Me dan lástima
porque van por camino de perdición”[7]. Su voz está
cargada de paciencia, solidaridad, compasión, amor… como lo expresa la 1Cor 13.
Ø Mons. Romero
cree en el amor como una fuerza triunfante
y resucitadora. Sabemos que la victoria de Dios es contraria a la del
mundo. Un ejemplo nos lo da Monseñor cuando reflexiona sobre la violencia
diciendo que la mayor violencia que existe es la que se hace unos mismo
aceptando pacíficamente la muerte en el servicio de los demás: “Sepan que hay una violencia muy superior a
la de las tanquetas y también a la de las guerrillas; es la violencia de
Cristo: ‘Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen’. Y en otro lugar
asegura la victoria a la larga de la ‘violencia del amor, la de la fraternidad,
la que quiere convertir las armas en hoces para el trabajo”[8].
Ø Relación con la política en una
sociedad polarizada. “Yo tengo la
conciencia, hermanos, y quienes me han seguido de cerca están muy de acuerdo
conmigo, en que jamás he ocupado esta cátedra para hacer política. He hecho
religión, he cumplido el mensaje religioso de la Iglesia para derivar de allí –
como dice el Concilio- los dinamismos, las fuerzas que pueden construir una
sociedad según el corazón de Dios… Yo no soy un técnico ni en sociología ni en
política ni en organización; simplemente, un humilde pastor que les está
diciendo a los que tienen la técnica: únanse, pongan al servicio de este pueblo
todo lo que Uds. saben; no se encierren, aporten. Entonces sí, se practicará el
derecho, se hará justicia”[9].
Ø “Aquí, en la Iglesia, el domingo, hermanos, el que me
ha escuchado con sinceridad, sin prejuicios, sin odios, sin malas voluntades,
sin intenciones de defender intereses que no se pueden defender, el que me ha
escuchado aquí no puede decir que yo estoy haciendo sermones políticos o
sermones subversivos. Todo eso es una calumnia nada más. M están escuchando en
este momento y estoy diciendo lo que siempre he dicho. Lo que yo quiero decir
aquí, en el púlpito de la catedral, es qué es la Iglesia; y, desde esa Iglesia,
apoyar lo bueno, felicitarlo, animarlo; consolar a las víctimas de los
atropellos, de las injusticias; y también con valentía denunciar el atropello,
tortura, el desaparecimiento, la injusticia social. Eso no es hacer política.
Eso es construir Iglesia y cumplir el deber de la Iglesia desde su propia
identidad. Yo siento la conciencia bien tranquila y es mi llamamiento a Uds.
para que construyamos la verdadera Iglesia”[10].
Ø Finalmente. Invitación a la reconciliación.
Monseñor Romero exhortaba a los laicos y laicas a ser devotos de la justicia y
del bien común: “Cada uno de nosotros
tiene que ser devoto enardecido de la justicia, de los derechos humanos, de la
libertad, de la igualdad, pero mirándolos a la luz de la fe. No hacer el bien
por filantropía. Hay muchas agrupaciones que hacen el bien buscando aplausos en
la tierra. Lo que busca la Iglesia es llamar a la justicia y al amor fraterno”[11]
[1] Simán J., José Jorge;
Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez. Un Testimonio; San Salvador, 15 de
Agosto de 2007, p.31.
[2] Homilía del 16 de abril
de 1978, citada por Miguel Cavada en “El
Corazón de Monseñor Romero”, edic. Centro Monseñor Romero – UCA, marzo
2010; p.25.
[3] Homilía del 28 de agosto de 1977.
[5] Homilía del 2 de abril de 1978.
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